Todos los chicos quieren que les lean
cuentos. Todos están dispuestos a aprender y a decir rimas, poesías,
canciones. A todos les encanta hojear las páginas de los libros, mirar sus
imágenes, imaginar historias. Porque los libros son enigmas a develar, contienen
“secretos” de los que queremos apropiarnos; transforman nuestra mirada respecto del
mundo y nuestra interioridad. Nos permiten apartarnos por un momento del vértigo
del día y nos instalan en la intimidad.
La lectura, bien lo sabemos, es una
forma de felicidad. Cuando el maestro y otros adultos logran
transmitir esas convicciones, gustos y pasiones, cobra sentido para los niños
realizar el esfuerzo de aprender a leer. Para lograr esta apropiación, se
han priorizado tres cuestiones centrales que se juegan en el
aprendizaje de la lectura. En primer lugar, la frecuentación y
exploración de materiales escritos. Actualmente, se sabe que el aprendizaje
de la lectura no solo se relaciona con el aprendizaje de una técnica, sino que
el conocimiento de los materiales escritos es central en la medida en que da
sentido a la tarea de aprender a leer. En segundo término es fundamental que los niños comprendan y disfruten la lectura de distintos
textos literarios y no literarios, en situaciones en las que el docente (y
otros adultos) les lean en voz alta. Esta práctica de escucha de lecturas sienta
las bases del deseo de aprender a leer, colabora con la comprensión de las
características diferenciales de la oralidad y la escritura, y permite que los niños
accedan a textos interesantes y complejos
que podrán leer de manera autónoma más
adelante. Finalmente la lectura de palabras y
oraciones que conforman textos; esto supone, a su vez, una serie de
conocimientos relativos al sistema alfabético.
Antes del ingreso al Nivel
Primario, los chicos y las chicas de los más diversos contextos culturales han tenido
alguna forma de contacto con la cultura escrita, de diferentes modos y con
distintos alcances. Muchos saben que lo que está escrito es lenguaje y seguramente
han incorporado algunos gestos lectores: simulan que leen y siguen con el dedo el
movimiento de la vista sobre el texto escrito, advierten la relación entre las
imágenes y las palabras o inventan historias a partir de las ilustraciones. Otros
conocen las siluetas de distintas palabras y unos pocos ya saben leer. Más allá de
los diferentes conocimientos previos sobre el lenguaje escrito, todos los
chicos llegan a la escuela pedagógicamente predispuestos a incorporar un objeto de
conocimiento tan valorado socialmente como es la lectura.
Propuestas para la enseñanza
¿Cómo se convierte alguien en lector? Se
trata de una pregunta difícil de responder, como tantas otras que se relacionan con
la formación. No hay respuestas únicas. Sin embargo, en toda biografía
de lector siempre hay un momento en el que se narra, como una suerte de
rito, el instante en el que alguien nos abrió para siempre las puertas del mundo de
los libros. Entonces, una respuesta posible a la pregunta inicial es que nos hacemos
lectores en nuestros encuentros con otros. Y claro, también, en nuestros
encuentros con los libros. Las propuestas que siguen se relacionan
con actividades que propician la frecuentación y exploración de materiales
escritos, la lectura de narraciones por parte del docente y la lectura de
palabras y de oraciones que conforman textos.
El encuentro con los libros
Uno de los núcleos de aprendizajes que
se ha priorizado es la frecuentación y exploración de variados materiales
escritos, en distintos escenarios y circuitos de lectura (bibliotecas de aula,
escolares y populares; ferias del libro, entre otros). En una escuela en la que se
privilegia la enseñanza de la lectura, es necesario que los alumnos estén en contacto con
los libros, que usen la biblioteca y, si existen, que vayan a otras
bibliotecas de la comunidad. La libre exploración permite a los
chicos tener una relación con variados materiales de lectura similar a la que
tiene cualquier lector que, entre otras cosas, elige lo que va a leer, hojea,
saltea páginas, cambia de libro, relee, escucha y da recomendaciones al respecto. Es por
eso que tocar libros, mirar sus ilustraciones, intentar lecturas y
compartir materiales de la biblioteca son requisitos para la formación de los pequeños
lectores. Porque son situaciones que promueven, desde el comienzo de la
escolaridad, hábitos de lectura y modelos de comportamiento lector, desarrollando
el interés de chicos y chicas por el conocimiento y el gusto por la
literatura. La forma (el modo y la frecuencia) en que se desarrolle su encuentro con los
libros será clave para que deseen cuidarlos y conservarlos, como lo hacen con
cualquier otro objeto al que dan valor.
No es esperable que cuiden lo que no
conocen, lo que no poseen, lo que para ellos no vale la pena.
A continuación, se presenta una serie de
actividades y situaciones que tienen como propósito favorecer la frecuentación y exploración de materiales escritos.
Un montón de libros para explorar
Sobre una o varias mesas, se disponen
diversos materiales escritos, por ejemplo, libros de cuentos, enciclopedias,
manuales escolares, diarios, libros de cocina, libros de poesía, guías telefónicas… El
maestro o la maestra alienta a los chicos a explorarlos libremente. Estos los
hojean, miran las ilustraciones, dan a
conocer sus preferencias, hacen
comentarios, formulan preguntas o se apartan a un rincón para disfrutar, en soledad,
de lo que han elegido.
Es probable que las primeras veces que
los chicos participen de esta situación tomen cada libro por muy poco tiempo.
También puede ocurrir que algunos no hagan nada, que otros se peleen por
algún libro o incluso que haya corridas alrededor de las mesas y que algún chico
quiera conservar un libro para sí ante el reclamo de otros que también lo
quieren pispear... Esto sucede porque se trata de una actividad excitante y los chicos
no saben bien qué hacer. Algunos quieren ver todo a la vez. Otros, por el
contrario, se paralizan. Si las propuestas de exploración libre se reiteran, el
maestro va descubriendo maneras de intervenir que favorecerán un cierto orden en la
tarea. Poco a poco, los chicos comprenderán que lo que no vean un día, podrán verlo
la vez siguiente. De todos modos, cabe señalar que es esperable, e incluso
bienvenido, cierto bullicio en estas situaciones.
Paulatinamente, el docente va
introduciendo propósitos diferentes para la exploración. Puede ser elegir un libro para llevarlo en préstamo a casa, para que el maestro lo lea en voz alta, para
buscar algo puntual. Una opción es que la exploración tenga
como propósito acordar el modo en que pueden agruparse los libros, las
revistas y demás materiales. El docente los dispone sobre las mesas y luego invita a
los chicos (que pueden organizarse en pequeños grupos de discusión) a que los
ordenen de alguna manera y que, a su modo, expliciten las pistas que
siguieron para hacerlo. En otras palabras, se les pide a los chicos que decidan cuáles de
los materiales “van juntos”. Es importante advertir que la finalidad
no es, en ningún caso, establecer clasificaciones rigurosas ni cerradas. Si se propone
esta exploración es porque posibilita que los alumnos distingan con
algún criterio una rica variedad de materiales escritos siguiendo pistas textuales y
paratextuales. Esta actividad puede ser el punto de partida para ordenar la
biblioteca del aula. Claro está que los criterios para agrupar el material se pueden
seguir discutiendo a lo largo del año, a medida que las experiencias lectoras
se vayan enriqueciendo y que otros materiales ingresen a la “batería”
inicial.
Uno entre el montón
Para continuar y desarrollar esa
exploración, el docente puede elegir un texto de una de las mesas para leerlo en voz
alta. En ocasiones, vale la pena que cuente por qué lo eligió: porque le resultó
curioso, porque le recuerda un momento de su infancia, porque quiere saber qué
opinan los chicos. Luego, da pie para que
se inicie una conversación sobre lo
leído. Se recibirán con atención y se alentarán las asociaciones, comentarios, preguntas
y apreciaciones de los chicos que surjan después de la lectura.
Otra opción es que los niños elijan lo
que el maestro les va a leer. En algunas oportunidades, estos pedidos no
necesitan ser justificados. En otras, el docente les solicita a los alumnos que expliquen
por qué eligieron ese texto, que aventuren algunas anticipaciones sobre su
contenido, que lo asocien con otros libros y, también, que manifiesten sus
preferencias. Del mismo modo que en la propuesta anterior, el maestro lee en voz alta y
luego abre un espacio para conversar sobre lo leído.
Es frecuente que los chicos quieran oír
el mismo cuento reiteradas veces y que, sin perder ningún detalle, conserven
algunas partes del texto en su memoria. Al comprender la estabilidad de la
escritura, advierten que, encerradas entre las tapas de los libros, las historias permanecen
exactamente iguales a sí mismas y que es posible encontrarse con ellas una y otra
vez, para disfrutar con la repetición.
Una idea para cerrar estas dos últimas
propuestas es que los alumnos, con la ayuda del docente, registren en tarjetas
el título del libro que eligieron, el nombre del personaje que más les gustó, o que
hagan un dibujo relacionado con lo leído, o escriban una recomendación para
que otros lo lean… o no lo lean. Así, a lo largo del año se irá conformando en
el aula un espacio que albergue el conjunto de tarjetas, cartelitos y dibujos, como
una suerte de memoria de las lecturas compartidas.
Escuchar lecturas
El aula es un buen lugar para escuchar
historias leídas. Por ello, se ha priorizado la participación habitual
y sistemática en situaciones en las que el docente lee textos literarios
(cuentos, fábulas, leyendas y otros géneros narrativos; y poesías, coplas, adivinanzas y otros
géneros poéticos) y no literarios (notas de enciclopedia sobre diferentes
contenidos que se están estudiando o sobre temas de interés para los niños,
entre otros).
Cuando el docente o el adulto mediador
“hace hablar” al texto, invita a los chicos a internarse en mundos en los que se
juegan otras lógicas, a satisfacer curiosidades, a saber más acerca de los
contenidos y de las formas que adoptan los discursos escritos. Les enseña que
existe una relación entre las palabras
A continuación, se enumera una serie de
propuestas para orientar la sencilla y mágica tarea del adulto que lee en voz
alta para otros. En el siguiente recorrido se ha priorizado el trabajo con textos
literarios. Sin embargo, las propuestas pueden ser extendidas al trabajo con
textos no ficcionales y a otros campos del conocimiento. El maestro, como
“animador” de esos encuentros con la lectura, pondrá en juego su creatividad, su modo
particular de divertirse con las propuestas, de hacerlas suyas y otorgarles
singularidad. En fin, se trata de un maestro atento a evitar que los momentos de leer
se mecanicen y se conviertan en estereotipos que vacíen de sentido la actividad y la historia que escuchan.
También que hay diferencias entre el lenguaje hablado y el escrito. Las primeras
experiencias de lectura vienen siempre de la mano de un lector que lee para los
que aún no pueden hacerlo por sí mismos.
El rito inicial
Todo rito conlleva la repetición. En
este caso, nos referimos a la reiteración de un modo especial de crear el clima para el
momento de la lectura. Cada docente tiene su propio rito y recurre a distintas
acciones. Puede ser el hecho de crear en el aula una disposición espacial particular, con
el lector y los oyentes sentados en ronda. O la colocación de un cartel en la puerta
del aula que diga, por ejemplo, “No interrumpir. Estamos leyendo un cuento”. O el uso
reiterado de fórmulas para anunciar la lectura.
Algunos maestros incluyen algún elemento
físico para estimular la curiosidad y marcar el momento: se ponen un sombrero;
sacan el libro de una caja grande o de una valija gastada o adornada de alguna
manera, entre tantas otras posibilidades.
Leer es también hablar acerca de los libros
Aprender a leer es también aprender a
hablar sobre los libros: opinar, aceptar o rechazar las opiniones de los demás,
recomendar y aceptar recomendaciones, realizar asociaciones con otras cosas
que se han vivido, leído, escuchado. El docente es quien muestra a los chicos
que es posible hablar y opinar acerca de los libros. Para eso, por ejemplo, antes
o después de leer un texto, puede contar por qué lo eligió. Las razones pueden ser, obviamente,
múltiples, y dependerán de cada docente. Pero siempre servirán para mostrar que
es posible opinar y hablar sobre los libros, que se establece con ellos una
relación que se extiende más allá del
momento mismo de la lectura y de la
escucha. Algunas de las razones por las que frecuentemente muchos docentes
eligen un texto son:
• porque se relaciona con otros cuentos o textos que ya se han
leído en el curso;
• porque alguno de los personajes es especialmente interesante o
permite realizar asociaciones y establecer relaciones, de
similitud o de oposición, con otros personajes o con personas y situaciones
típicas, conocidas o atrayentes;
• porque tienen una relación afectiva particular con él y quieren
compartirla con los chicos;
• porque el texto contiene juegos de palabras y un trabajo con el
lenguaje mismo que el docente disfruta o que le
interesa para llamar la atención de los chicos sobre el lenguaje en sí.
Sean cuales fueren las razones, el hecho
de que el docente exprese sus opiniones y sus preferencias sobre un texto
funciona como una señal de que los libros tienen que ver con nuestra
afectividad y nuestros conocimientos, y constituye un aliciente para que los chicos
realicen y expresen sus propias asociaciones, opiniones y comentarios acerca de lo
leído.
Los alrededores del texto
Antes de comenzar con la lectura, es
interesante que los chicos puedan explorar algunos elementos formales del libro: la
tapa, la contratapa, las ilustraciones. A partir de esa exploración inicial, el
docente puede pedirles que anticipen ideas acerca del contenido de ese texto. Esta
anticipación comienza a construir un sentido al permitir elaborar algunas
representaciones acerca del contenido del texto. Al finalizar la lectura, puede
resultar muy divertido contrastar las hipótesis iniciales de los chicos con lo que
realmente el texto dice. No se trata de “felicitar” a los que más “acertaron”, sino también
a aquellos que inventaron algo completamente distinto, cuyo sentido pueden
“defender”. Al recoger las anticipaciones, algunas veces, una buena opción es que
el maestro vaya escribiendo, en el pizarrón o en un papel afiche, lo que
los niños van diciendo para volver una y otra vez a estas notas durante o después de
la lectura.
El maestro es quien decide con qué
textos y cuándo vale la pena “jugar a las anticipaciones”. Esta actividad cobra
sentido, por ejemplo, cuando el texto elegido presenta pistas interesantes que
desafían la inteligencia de los chicos para formular ricas hipótesis, porque
acicatean su curiosidad, los inducen a aplicar alguna lógica o a defender lo que
inventan. Como en todos los casos, se trata de evitar la aplicación de la misma
rutina sin preguntarse previamente cuál es la riqueza que, en cada caso, tiene la
actividad.
La anticipación y la exploración pueden
iniciarse partiendo de distintos elementos y utilizando diferentes recursos. A
continuación, se mencionan algunos.
El texto de la contratapa, además de
anticiparnos algunos elementos de un texto, intenta captar al lector. Leerlo
con voz pausada e intrigante puede generar entusiasmo y curiosidad por la historia. Cabe señalar que la contratapa de la
mayoría de los libros para niños pequeños tiene por destinatario al adulto. Somos
los adultos los que compramos los libros, y las contratapas cumplen, entre
otras, funciones publicitarias. Por eso, en muchos casos, su lectura puede resultar
poco atractiva. Sin embargo, a veces, la lectura de la contratapa provoca
entusiasmo por zambullirse en el libro.
Otra posibilidad es que el docente
muestre una imagen o varias y haga preguntas sobre los personajes o las situaciones a
las que hacen referencia. Por ejemplo, los libros Yaci y su muñeca (Zendrera, 1999) y Willy el tímido (Brown, 1995) presentan ilustraciones atractivas
y sugerentes. Las imágenes de Ronquidos (Kasza, 2002) instauran un correlato
claro respecto de las distintas situaciones que se relatan. Caperucita Roja,
Verde, Amarilla, Azul y Blanca –una serie de cinco cuentos
protagonizados por distintas Caperucitas de colores– presenta
ilustraciones en las que predomina el color mencionado en el título en cada historia, y que pueden resultar un estímulo interesante para ver de qué se trata cada cuento.
Otra opción que puede generar
anticipaciones es que el docente lea el título de un texto y les cuente a los chicos
datos sobre el autor: dónde nació, en qué época y dónde vive o vivió, de qué
trataban otras historias que escribió. Por ejemplo, si se leyera el cuento Las pulgas no vuelan de Gustavo Roldán (2000), sería posible leerles antes a los chicos
el siguiente texto autobiográfico del propio Roldán (2000):
Me crié en el monte chaqueño, en Fortín Lavalle, cerca de Bermejo, cuando la tierra era plana, la luna se posaba en la copa de los árboles y los cuentos solo existían alrededor del fogón del asado o en las ruedas del mate. Después se inventaron los libros. O tal vez antes, pero yo no lo sabía. Solamente sabía muchos cuentos, de esos que después me enteré que se llamaban populares, que iban pasando de boca en boca y de oreja en oreja. Cuentos del zorro, del
tigre, del quirquincho, de Pedro Urdemales, de pícaros y mentirosos, del lobizón y de la luz mala. Claro que esos cuentos nunca eran del todo cuentos; habían sucedido por ahí nomás, en medio del monte, y eran cosas que nadie ponía en duda. Yo tampoco. Cuando menos lo esperaba me
llegó la hora de ir a la escuela y nos fuimos al pueblo. En los pueblos el tiempo pasa lleno de ocupaciones importantes: se está rodeado de amigos para jugar a las bolitas, remontar barriletes, hacer bailar trompos, jugar a la pelota, andar en bicicleta. Todo eso mientras se van secando las bolitas de barro para la honda. ¿Para la honda? Sí, para la honda. Después el mundo se va agrandando cuando uno conoce los parques de diversiones, el cine y el circo, cosas que el monte suele no tener. Y un día uno pasa por la librería Molina, en Sáenz Peña, y encuentra que hay estantes infinitos llenos de libros, no de esos de aprender a leer, sino de cuentos y más cuentos y más cuentos.
El docente lee
En la lectura en voz alta, el docente
pone en juego toda su experiencia como
narrador oral: en el modo en que abre y
cierra el relato, en el cambio de los tonos
de voz según las situaciones, en cómo
logra crear suspenso, en el modo particular
de expresar cuánto le divierten, le
enardecen, le asustan o le enternecen
algunas escenas.
Generalmente, los chicos escuchan el
relato sin interrumpir la lectura, lo que no
implica que en ocasiones sí lo hagan, ya
sea para formular preguntas, expresar
valoraciones o hacer algún comentario.
Sus intervenciones son bienvenidas.
En forma habitual, la lectura en voz
alta se realiza de cabo a rabo. Sin embargo,
algunas veces, y luego de haberlo
planificado previamente, el docente puede
decidir leer un cuento por partes.
Interrumpirá la lectura en algún momento
especial para saber, por ejemplo, qué
piensan los chicos sobre el comportamiento
de algún personaje, o para aclarar el
significado de alguna palabra “difícil”,
orientándolos para que deduzcan su
significado. También puede detenerse para
expresar admiración por la belleza de
una frase o para anunciar que va a releer
alguna parte en especial. Sin embargo,
se recomienda limitar este tipo de intervenciones:
demasiadas detenciones pueden resultar
irritantes para los chicos...
y con justa razón.
¿Y después?
¿Qué hacer una vez finalizada la
lectura? Hay varias posibilidades. Lo más
importante, como ya se ha dicho, es no
plantear siempre la misma propuesta.
Cada texto exige pensar un momento
posterior diferente, incluso, en algunas
oportunidades, la lectura puede
finalizar con la sencilla satisfacción de haber
compartido un cuento.
Sin embargo, los cuentos leídos pueden
ser retomados en otro momento para
trabajar sobre distintos aspectos. No es
necesario ni siempre conveniente que
estas actividades se realicen
inmediatamente después de la lectura. Es bastante
conocida la formulación de los chicos
(sobre todo de los más grandes) acerca
de que no les gusta leer porque después
siempre hay que hacer algo.
A continuación se enumeran algunas ideas
para el momento posterior a la
lectura de un cuento.
• Abrir un espacio para conversar sobre lo leído. A veces, basta
con hacer un
breve silencio y estimular a los chicos
con la mirada y los gestos para lograr que
hagan comentarios. Otras veces, es
necesario que el docente formule abiertamente
preguntas, tales como: “¿Qué les
pareció? ¿Por qué?”, para llevarlos a
conversar sobre el contenido del cuento
o para incentivarlos a que expresen sus
propias impresiones, asociaciones,
recuerdos surgidos o ideas. También, como en
otras propuestas, el maestro puede
comentar sus impresiones; releer partes que
le resultaron bellas, interesantes,
curiosas o difíciles; referir las asociaciones
que estableció con otros cuentos,
personajes, textos, películas, series de televisión
o hechos reales conocidos.
Conversar sobre lo leído es construir un
espacio gozoso de encuentro con los
otros. En estas charlas, los chicos aprenden
a compartir sus emociones, a enriquecer
sus interpretaciones con la lectura del
maestro y la de sus compañeros.
Por otra parte, esta conversación le
resulta fundamental al docente para conocerlos,
para animar a los “más callados” a tomar
la palabra, para reconocer los
distintos tipos de experiencias previas
en relación con el lenguaje escrito con
que cada uno ha llegado a la escuela.
• Renarrar el cuento en forma oral.
• Retomar las anticipaciones sobre el contenido del cuento. La
idea es volver
al título, a las ilustraciones y a los
datos aportados por el maestro y tratar, como
ya se dijo, de que los chicos
“expliquen” qué pistas los llevaron a plantear sus
diversas anticipaciones.
• Dramatizar alguna secuencia del cuento. El docente puede
seleccionar una que
incluya diálogos, o solicitarles a los
chicos que lo hagan. Ellos asumirán la voz de
los personajes. Para eso, tendrán que
aprender a decir sus parlamentos con la
entonación adecuada, y preparar el
vestuario y la escenografía (que no necesitan ser muy complicados: una máscara o un
detalle relevante como un sombrero, una
vincha, pintarse barba o hacerse un
lunar son suficientes). Además, pueden ensayar
posturas, utilizar tonos de voz y asumir
ritmos al hablar o al moverse. Es conveniente
practicar las veces que sea necesario
antes de representar la secuencia.
• Hacer circular el libro entre los chicos. Esta actividad después
de la lectura
implica invitarlos a releer. La
relectura admite múltiples estrategias. Algunos chicos
intentan leer (o leen)
convencionalmente. Otros se sumergen en la lectura
de una palabra o una oración llamativas.
También hay quienes recorren las páginas,
contándose para sí nuevamente la historia
que escucharon. Entregar el libro
para que lo puedan ver más de cerca, en
un acto íntimo y solitario o en pequeños
grupos, suele ser el punto de partida
para que más de uno lo solicite en
préstamo y lo lleve a su casa, y también
para que en los momentos de lectura
libre en el aula quiera leerlo una y
otra vez.
Un libro nos lleva a otro
A partir de un relato literario pueden
surgir muchísimas preguntas que son el
punto de partida para leer otros textos,
literarios o no literarios.
Ya desde primer año se pueden
realizar itinerarios de lectura organizados
alrededor de algún criterio: leer varios
cuentos del mismo autor o leer cuentos
que giren alrededor del mismo tema o del
mismo personaje, por ejemplo, los
piratas, las brujas, las hadas, los
ogros… Según afirma María Elena Cuter en su
artículo “La enseñanza de la lectura y
la escritura” (1999): “La posibilidad de trabajar
con una serie de cuentos (y también de
poemas) que toman al mismo personaje,
no solo provoca espontáneamente
asociaciones entre las distintas obras,
los personajes, los lugares, los
argumentos, sino que también evoca otros géneros
y un vocabulario particular”. Esos otros
géneros y ese vocabulario, entonces,
ingresan al universo de saberes de los
chicos y las chicas.
Por ejemplo, al leer historias sobre
brujas aparecerán palabras (con sus conceptos
correspondientes) referidas a sus
acciones (hechizos, pociones, sortilegios,
maleficios), compañías habituales
(lechuzas, gatos, sapos, arañas, víboras),
elementos que usan (escobas mágicas, libros
oscuros, calderos), vestimentas
(sombreros con punta, sombreros alados,
vestidos tenebrosos) y una enorme
cantidad de adjetivos (oscuro, lúgubre,
maligno, maléfico, terrible, temible).
En el caso de los animales, también
aparecerán palabras referidas a su comportamiento
(manso, temible, salvaje, dócil), las
partes del cuerpo, la especie a
que pertenecen, etcétera.
En relación con otros textos asociados,
está de más decir que las brujas nos
convocan a escribir y leer palabras
mágicas, pociones, recetas exóticas, procedimientos
para realizar hechizos. Los piratas nos
llevan a tesoros, mapas, mensajes cifrados, memorias de viaje,
diarios de navegación. Los cuentos de animales
pueden tener múltiples asociaciones con
otros géneros (dada la gran diversidad
de estos cuentos: con animales
humanizados, leyendas, fábulas, relatos de
pícaros, además de tantos otros), entre
los que podemos mencionar algunos
más específicos de las Ciencias
Naturales, como las notas de enciclopedias y
las fichas técnicas.
Los siguientes son ejemplos de
itinerarios de lectura alrededor de personajes
literarios para primer año de la EGB.
De escobas voladoras y sombreros
alados
A partir de distintos cuentos o novelas
sobre estos temibles o cómicos personajes,
se pueden plantear múltiples situaciones
de lectura de otros cuentos, novelas
o poesías. Además, es posible leer,
escribir o simplemente inventar entre
todos otro tipo de textos:4 recetas de pócimas, palabras mágicas, descripciones
de vestimentas o casas “brujeriles”.
Leer textos sobre estos personajes permite,
también, conversaciones para comparar
las formas de ser de las distintas brujas
sobre las que se ha leído: distraídas,
soñadoras, nostálgicas, odiosas. También se
puede conversar sobre las palabras
mágicas (o no) que utilizan, sobre los finales
y los comienzos, y sobre un sinfín de
otras cosas.
Hay muchísimos libros y textos sobre
brujas: “Raspachunda y
Malos-Pelos” (Álvarez, 1994); Manual de la bruja (Bird, 1985); Cuentos con
brujas (Cabal, 1991); Niños, las brujas no existen (Falconi, 1991); La bruja hermosa
(Goytisolo, 1992); La bruja Mon (Mateos, 1984); Siete casas, siete brujas
y un huevo (Sánchez, 1998); La bruja Berta en invierno y La bruja Berta al
volante (Thomas, 2000a y 2000b).
Además, los cuentos clásicos
tradicionales presentan una enorme cantidad
de ellas. Y las brujas nos llevan a las
hadas, a los duendes y, por qué no a los
superhéroes y a tantos otros seres con
poderes especiales.
El poema “Pobre vieja”, del escritor
cordobés Jorge Elías Luján (2000), presenta
una bruja poco convencional, que puede
contrastarse con las imágenes
de estos personajes en los cuentos
tradicionales y ser el punto de partida para
inventar una historia entre todos.
De patas, garras, hocicos y plumas
Los cuentos de animales tienen una larga
tradición en la literatura. Desde las
fábulas hasta los cuentos clásicos (como
“El gato con botas” o “El Patito feo”),
pasando por los relatos populares
argentinos y latinoamericanos de zorros astutos,
conejos inquietos, yaguaretés salvajes y
monos pícaros. No menos tradicionales
son los cuentos y las novelas de autor
en los que se crean y recrean
animales más o menos humanizados, para
llegar a esos animales fantásticos,
mezclas disparatadas de distintos seres,
que retoman de alguna manera la tradición
de los centauros y las sirenas.
Los animales fascinan a los niños.
Frente a la pregunta de por qué eso sucede,
Marc Soriano responde de varias maneras:
a los niños les interesan los animales
dado que los adultos se interesan por
esos seres; porque las historias de animales
les permiten acercarse a temas complejos
(la vida y la muerte, el hambre, la
soledad, la sexualidad, el carácter
“civilizado” o “salvaje” de nuestras reacciones
y emociones) quitándoles dramatismo
gracias a un mecanismo de distanciamiento;
y también porque se identifican con
estas criaturas con mucha facilidad.
Sin embargo, es necesario tener ciertas
precauciones en la selección de textos:
“Al constatar empíricamente que los
niños se interesan por los animales, autores,
dibujantes y editores suelen utilizarlos
al máximo como personajes [...]. Este
género corre gran riesgo de caer en la
mediocridad” (Soriano, 1999:102).
Los itinerarios de lectura de cuentos y
poemas sobre animales son innumerables.
Por ejemplo, se puede armar una
selección de cuentos que giren alrededor de uno de ellos: gatos, perros,
elefantes, hormigas, monos, zorros y conejos parecen ser los favoritos al echar una
rápida mirada a la literatura infantil.
También es posible trabajar con seres
que pertenecen a la zoología fantástica o
rastrear conjuntos de textos en los que
distintos animales encarnen un personaje
tipificado: el pícaro, el engañador
engañado, el forzudo que pierde frente al
débil, etc. Finalmente, también es
interesante la posibilidad de armar itinerarios
con textos de géneros específicos, como
leyendas, coplas o fábulas.
Al igual que en el caso de las brujas,
la lista de textos relacionados con animales
es interminable. El cisne rojo (Ferro, 2000); Animalario universal
del profesor Revillod. Fabuloso almanaque
de la fauna mundial (Murugarren y
Sáez Catán, 2003); “Y aquí se cuenta la
maravillosa historia del Gatopato y la
princesa Monilda” (Walsh, 1966); Nabuco, etc. (Wolf, 1998); La leyenda de la
ballena (Wolf y Prada, 2002); La leyenda del picaflor (Schujer y Prada, 2004).
A continuación, se sugiere, a modo de
ejemplo, un itinerario posible.
A partir de “El príncipe sapo”, de los
hermanos Grimm, pueden encadenarse
muchas otras lecturas de cuentos o
textos poéticos que tengan como protagonistas
a estos mismos animales.5
Para este itinerario, primero pueden
indagarse las representaciones de los
chicos acerca de estos animales que, la
mayoría de las veces, provocan desagrado.
6 También se puede investigar acerca de las diferencias y
similitudes entre
sapos y ranas. Es posible que algunos
chicos ya conozcan la escena de la transformación
del sapo en príncipe, o al revés (quizás
a través de los dibujos animados
de la televisión). Eso puede ayudar a
trabajar sobre las actitudes y las emociones
de los personajes, que son especialmente
claras en el cuento.
Luego, puede comenzarse el recorrido.
Leer cuentos, conversar sobre ellos,
comparar los distintos sapos que
aparecen y ver si tienen o no algo en común.
Escuchar la lectura, el recitado o el
canto de poemas, coplas o canciones tradicionales
también resulta interesante: los chicos
pueden aprenderlas jugando, cantarlas,
dramatizarlas. A continuación, citamos
algunas opciones en este sentido.
Uno de los limericks de María Elena Walsh (1964) que aparecen
en Zoo
Loco se refiere a un sapo y una rana:
Cuando la Rana no se queda quieta
el Sapo enojadísimo la reta.
La Rana está llorando
porque no sabe cuándo
la dejará pasear en bicicleta.
Estaba la rana
nadando debajo del agua.
Cuando la rana se puso a cantar
vino la mosca y la hizo callar.
La mosca a la rana
que estaba cantando
debajo del agua.
Cuando la araña se puso a cantar
vino el ratón y la hizo callar.
El ratón a la araña,
la araña a la mosca,
la mosca a la rana
que estaba cantando
debajo del agua.
Cuando la mosca
se puso a cantar
vino la araña y la hizo callar.
La araña a la mosca,
la mosca a la rana
que estaba cantando
debajo del agua.
Cuando el ratón se puso a cantar,
vino el gato y lo hizo callar.
El gato al ratón,
el ratón a la araña,
la araña a la mosca,
la mosca a la rana
que estaba cantando
debajo del agua.
Cuando el gato se puso a cantar,
vino el perro y lo hizo callar.
El perro al gato,
el gato al ratón,
el ratón a la araña,
la araña a la mosca,
la mosca a la rana
que estaba cantando
debajo del agua.
Cuando el perro se puso a cantar,
vino el hombre y lo hizo callar.
Leer la palabra-mundo
La lectura de palabras es una práctica
habitual de primer año. Sin embargo,
contra las situaciones en las que los
niños leen palabras seleccionadas al azar
o en función de un orden de aparición de
las letras, aquí se propone leerlas en
textos cortos o conocidos. ¿Por qué en
textos cortos o conocidos? Porque así se
recrean de alguna manera las situaciones
en que verdaderamente un lector se
detiene a leer palabras: en contexto.
Además, porque de este modo se reducen
sustancialmente las posibilidades de
error, lo que impide que los primeros intentos
de lectura sean frustrantes.
Estas tareas permiten afirmar los
conocimientos incipientes sobre la orientación
y la linealidad de la escritura, y sobre
la relación entre las marcas gráficas
que aparecen en la página con aquello
que se dice. Esto es, la correspondencia
sonido-letra. Cuando los chicos empiezan
a leer, primero siguen pistas exclusivamente
visuales, teniendo en cuenta la
tipografía y algunas letras que conocen.
Así, son capaces de leer los nombres de
las marcas que conocen, su propio
nombre y otras palabras que han visto en
numerosas ocasiones. Cuando descubren
el principio alfabético, empiezan a
poder leer todas las palabras, porque
establecen relaciones entre las letras y
los sonidos. Lentamente, recorren la
palabra de izquierda a derecha y
establecen cuáles son los sonidos que corresponden
a las letras que ven, hasta que logran
una síntesis, es decir, leen la palabra
completa. A medida que van leyendo más y
más (y también al escribir más)
ya no necesitan ir por partes, sino que
son capaces de reconocer las palabras
de un golpe de vista, por lo que pueden
leer más rápido y mejor.
Al respecto, las rutinas del aula son
una oportunidad para que los chicos lean
palabras y que esas palabras tengan que
ver con el mundo. Al repartir los cuadernos,
al releer una y otra vez los carteles,
al chequear diariamente la lista de
asistencia, están leyendo y aprendiendo
muchas cosas sobre la escritura.
La expresión palabra-mundo está tomada de la conferencia “La
importancia del
acto de leer”, de Paulo Freire (2002).
Allí, este educador brasileño comparte su
autobiografía como lector y habla de sus
primeras experiencias de la lectura del
mundo, primero, y de la palabra,
después.
Como se ha señalado infinidad de veces,
a leer se aprende leyendo. Ahora
bien, ¿cómo hacer para que los chicos verdaderamente lean?
En primer lugar, en las situaciones en
las que el maestro les lee, los alumnos
también están leyendo. Es decir, están
realizando tareas propias de un lector, como sumergirse en una historia,
comentar lo leído o hacerse preguntas.
Sin embargo, si pretendemos que logren
mayor autonomía, es necesario que
participen de otras situaciones en las
que puedan asumir mayor cantidad de
responsabilidades sobre el acto de leer.
Así, este núcleo de aprendizajes se
plantea que los niños lean palabras,
oraciones que conforman textos con abundantes
ilustraciones y fragmentos de textos
(títulos de cuentos, diálogos de un
cuento leído por el docente, parlamentos
de un personaje en una historieta,
respuestas a adivinanzas).
Lectura compartida de textos
A partir de textos ya leídos, el docente
puede proponer una lectura compartida.
Las situaciones de lectura compartida
son aquellas en las que, si bien el maestro
tiene la mayor responsabilidad sobre la
tarea de leer, alienta a los alumnos a
participar en la lectura de alguna parte
(palabra, oración, breve fragmento). En
estas situaciones, todos tienen que
tener un ejemplar del texto en sus manos o,
por lo menos, uno cada dos o tres
chicos.
En una primera lectura del texto, el
docente comienza a leer en voz alta y les
pide a los chicos que sigan su lectura
con la vista. Si se trata de textos con
estructuras reiteradas, algunos
comenzarán a “leer” espontáneamente junto
con el maestro ciertas palabras u
oraciones a partir del reconocimiento de un
índice. Este reconocimiento puede ser
que la palabra comience con la letra de
su nombre, que la ilustración sea muy
“transparente”, que se repitan muchas
de las palabras ya leídas o que haya
alguna marca tipográfica muy reconocible.
Se pueden hacer varias relecturas del
texto, en las que el docente puede detenerse
como una invitación para que los chicos
y las chicas realicen la lectura del
final de algunas frases u oraciones.
Los niños suelen interesarse más por
leer “ellos solitos” aquellos textos que
tienen imágenes que los ayudan a
comprender el contenido, los que son breves
y los que tienen frases que se repiten y
diálogos sencillos de entender. Por eso,
es conveniente comenzar por los
libros-álbum que tienen estas características.
Los chicos podrán leer mejor y abordar
textos cada vez más difíciles a medida
que establezcan un vínculo afectivo con
el maestro, con sus compañeros y
con los libros.
Leer casi solos
Los textos más adecuados para esta tarea
son aquellos en los que se repiten
palabras, frases o incluso oraciones, es
decir, textos que presentan reiteraciones.
Se trata de actividades de búsqueda de
palabras o frases y, por otra parte, de
lectura de palabras o frases que se han
aislado de su contexto, como en las
páginas que se reprodujeron antes.
Estas actividades pueden realizarse
también mientras se va haciendo un itinerario
de lectura o al finalizarlo. Por ejemplo, si se ha
trabajado con textos sobre brujas, es posible
ir elaborando con los chicos tarjetas
con palabras o frases referidas a estos personajes
(sombrero, escoba, zapatos con puntas,
vestido, verruga, varita, etc.).
Estas tarjetas podrán utilizarse en
nuevas tareas de lectura y escritura. Para leer
estas palabras, los niños utilizarán
distintas estrategias, es decir, podrán conocer
la palabra de memoria porque ya la han
leído y escrito otras veces, o guiarse por
índices (primera letra, última letra), o
leer siguiendo las letras una por una.7
También se les puede entregar tarjetas
que incluyan palabras referidas a brujas
y palabras que no tengan una relación
clara con estos personajes, para que
decidan cuáles podrían estar “en un
cuento de brujas” y cuáles sería más raro
que aparecieran. Esta actividad implica
no solo poner en juego los conocimientos
que han construido sino también convocar
la imaginación, dado que alguno
podría decir, por ejemplo, que una
palabra como “computadora”, puede “estar en
un cuento de una bruja que se metió en
una computadora”. Este tipo de intervenciones
puede ser el disparador para crear una
historia entre todos.
Existen innumerables juegos de lectura
de palabras o de frases y es seguro
que cada docente cuenta con varios que
utiliza habitualmente. Estos juegos tienen
gran potencia porque los niños se
implican con sumo interés en ellos, lo que
les permite aprender. La siguiente es
una lista, necesariamente incompleta, de
algunos que suelen realizarse en las
aulas.
• Dominó de palabras: los chicos juegan al dominó con fichas especialmente
diseñadas para la lectura de palabras.
Por ejemplo, uniendo un dibujo en una
ficha con la palabra correspondiente en
otra.
• Parejas: el objetivo del juego consiste en aparear palabras y dibujos, o
palabras
asociadas entre sí (conejo-zanahoria,
gato-leche, perro-hueso). Puede
jugarse a la manera de un “Memotest”: sobre la mesa, se disponen los
cartones
boca abajo y el primer jugador levanta
dos. Si coinciden, se los lleva. Si coinciden, los vuelve a dar vuelta sobre la
mesa. A medida que juegan, los participantes
van recordando la ubicación de los
cartones, por lo que al avanzar el
juego se levantan más cartones.
• Pescadores de palabras: en una palangana, se colocan tarjetas con forma
de peces en las que hay palabras
escritas. Los “peces” tienen algún elemento
metálico (puede ser un clip, por
ejemplo), que debe ser “pescado” con una caña
que en el extremo del hilo tiene un
imán. Si la lectura es correcta, el pez queda
en la “canasta” del pescador.
• Lotería de palabras: a la manera de las loterías clásicas, los chicos (solos o
en grupos) cuentan con un cartón en el
que figuran palabras. El maestro toma
una palabra de una bolsa y la lee, o
muestra un dibujo. Si tienen esa palabra en
su cartón, los chicos la marcan con un
poroto, una piedrita o una chapita. El
ganador es quien completa primero su
cartón.
• Dígalo con mímica: los chicos leen una palabra o una serie de palabras
que sacan al azar de una bolsa, la
dramatizan en silencio y los demás intentan
adivinar de qué se trata. Puede jugarse
con los títulos de cuentos leídos
o con los nombres de personajes de cuentos
que ya se conocen.
En todos los casos, el maestro no es
solo un organizador del juego. Presta
ayuda a quienes la necesitan, alienta a
que lean y ayuda a leer.8
La evaluación de la lectura
Convertirse en lector es un proceso que
lleva tiempo y que involucra distintos tipos
de saberes (conocer para qué leemos,
dónde se encuentran los libros y otros materiales
de lectura, manejarse con cierta soltura
en la biblioteca de aula, cuidar los
libros y ubicarlos en su lugar luego de
leerlos; conocer que hay distintos soportes
para la lectura, que hay distintos
textos –un cuento, una poesía–; disfrutar de la lectura
y valorar las interpretaciones propias y
las de los otros; conocer la direccionalidad
de la escritura, las grafías y sus
relaciones con los sonidos que representan) y
expectativas (por ejemplo: “Quiero poder
leer solo y sé que puedo aprender”). Estos
saberes y estas expectativas forman
parte de la alfabetización. Por tanto, es evidente
que evaluar solo los desempeños
referidos a la lectura de palabras no es considerar
integralmente a los niños en el
desarrollo de su proceso como lectores.
Asimismo, para evaluar los aprendizajes
de los chicos es necesario considerar para
cada uno sus puntos de partida y sus
progresos, sabiendo que hay distintos modos
de desarrollo, a la vez que determinadas
metas que alcanzar en el ciclo.
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